Hoy empiezo mi obsesión con la productividad y su medición con una historia personal. He estado en la peluquería, "El kince de cuchilleros", una clásica del centro de Madrid -aunque su nombre se haya modernizado- a la que aprovecho para hacer publicidad. Calidad, rapidez, entretenimiento, y hasta lecciones de economía a cargo de su primer espada (o tijera, mejor dicho), Rafael.
Cuando estoy sentado entra otro cliente preguntando:
- ¿Llego a tiempo?
- Aquí uno siempre llega a tiempo, contesta Rafa con sorna mientras pela a otro cliente. En la panadería uno puede tener prisa para llegar porque se queda sin pan. Pero aquí, cuando se termina un corte de pelo se sigue con otro. Hasta las 8 de la noche.
En el s. XIX solo a una aristocracia le hacían las cosas. Ahora, nos las hacen a todos. Nos cortan el pelo, nos lavan el coche... ¿qué pasa con la productividad de esta parte de nuestra economía? Porque la relación Rafa la tiene muy clara: Un peluquero, un cliente. Se le puede buscar más valor añadido con productos adicionales (tintes...) pero nada más. A mi hijo lo cuida una señora colombiana que es casi su segunda madre. Pago su Seguridad Social religiosamente, así que computa para todas las estadísticas. ¿Cómo incremento su productividad? ¿Teniendo otro hijo, para que el mismo sueldo lo divida entre dos? No sé si eso lo contempla el Instituto Nacional de Estadística. Y cuando vaya al colegio, ¿qué? ¿Cómo incrementamos la productividad de los colegios? ¿la medimos por lo que aprenden los niños? Mal vamos entonces en España...
En resúmen, la mayor parte de nuestra economía es de servicios. Y muchos de esos servicios son individuales, ajenos a las economías de escala: La peluquería, los cuidados personales, gimnasios, médicos, enfermeras... asistencia a los dependientes, de lo que tanto se hablará a partir de la próxima ley de dependencia, la educación presencial (hoy por hoy, mayoritaria), taxis, talleres de coches, restauración, alojamiento, turismo en general, la prestación de servicios por parte de las administraciones públicas... En todos ellos la generación de valor por trabajador es mucho menor que en la industria donde además del capital humano se utilizan en mayor proporción capitales tecnológicos y financiero, y por tanto la creación de empleo en estos campos durante los últimos 10 años hace que aparentemente la productividad española sea un desastre. Pero, ¿tiene sentido entonces que hagamos un análisis tan genérico de productividades nacionales? El concepto de productividad tiene más sentido a escala de cada empresa, o incluso de sectores. Si no seleccionamos sectores estratégicos y diseñamos políticas específicas para ellos, dirigirnos al conjunto de la actividad económica indiscriminadamente mal servicio nos dará.
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