Como este mundo es cada vez más pequeño, es fácil llegar a través de Business Innovation Insider a una noticia de un periódico australiano sobre la creación de un mega-campus de la innovación, con una inversión de ¡¡ 300 millones de dólares !! Su objetivo es construir desde la universidad local un parque científico. No tengo la suerte de haber viajado tan lejos, pero lo que cuentan es que parten de bastante poco, aparte de un bonito paraje natural. Ellos por lo menos están a una hora de Sidney, pero tienen como referencia alcanzar un parque similar, Innovation Place, en Saskatoon, Canadá, a 300 km. de ninguna parte.
El peligro de la innovación está en que acabaremos pecando más en su nombre que en nombre de Dios. Porque innovar en el desierto es más difícil aún que predicar en el desierto. Al fin y al cabo, para predicar hace falta alguien que te escuche pero para innovar hace falta alguien que te conteste. Que de opiniones, que participe, que se ría de las bobadas o que suelte ideas importantes en una aparentemente intrascendente charla de café. Es bucólica la idea de irse lejos a hacerlo, es más, si no se tiene otro sitio, habrá que empezar por lo que se pueda. Pero habrá que reconocer sus debilidades.
Me recuerda a los dos grandes proyectos urbanísticos mono-empresariales de Madrid: La ciudad del Santander, y el Distrito C de Telefónica. Las dos multinacionales han decidido concentrar a sus empleados, antes distribuídos por decenas de edificios, a grandes campus fuera de la ciudad (muy fuera, en el caso del Santander). No dudo de los ahorros en logística, compras, suministros, eficiencia energética... pero las pérdidad en fuentes de innovación son indudables. Si innovar fuera construir de la nada, se podría hacer en cualquier sitio. Pero la mayor parte de la innovación surge de recombinaciones de lo existente y aunque internet sea diálogo y comunidad, la otra comunidad no deja de tener importancia.
Technorati tags:
Aislamiento | Innovación | Distrito C
El peligro de la innovación está en que acabaremos pecando más en su nombre que en nombre de Dios. Porque innovar en el desierto es más difícil aún que predicar en el desierto. Al fin y al cabo, para predicar hace falta alguien que te escuche pero para innovar hace falta alguien que te conteste. Que de opiniones, que participe, que se ría de las bobadas o que suelte ideas importantes en una aparentemente intrascendente charla de café. Es bucólica la idea de irse lejos a hacerlo, es más, si no se tiene otro sitio, habrá que empezar por lo que se pueda. Pero habrá que reconocer sus debilidades.
Me recuerda a los dos grandes proyectos urbanísticos mono-empresariales de Madrid: La ciudad del Santander, y el Distrito C de Telefónica. Las dos multinacionales han decidido concentrar a sus empleados, antes distribuídos por decenas de edificios, a grandes campus fuera de la ciudad (muy fuera, en el caso del Santander). No dudo de los ahorros en logística, compras, suministros, eficiencia energética... pero las pérdidad en fuentes de innovación son indudables. Si innovar fuera construir de la nada, se podría hacer en cualquier sitio. Pero la mayor parte de la innovación surge de recombinaciones de lo existente y aunque internet sea diálogo y comunidad, la otra comunidad no deja de tener importancia.
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